Si la solución del problema, o de la pobreza, estuviera en legislar sobre el salario mínimo ya debería haberse solucionado, puesto que con poner unos miles de dólares al mes, el acuerdo gubernativo arreglaría los males de golpe.
por Pedro Trujillo
Con nocturnidad y alevosía, agravantes de muchos delitos, se publicaron a finales de diciembre pasado una serie de normas que entrarán en vigor este 2011. La fecha escogida invita a reflexionar sobre la realidad de la oferta de transparencia que hace este Gobierno oscuro y sus más grises intenciones.
Una de esas normas es sobre el denominado salario mínimo. Es decir, lo menos que le pueden pagar a un trabajador por una jornada laboral. Si la solución del problema, o de la pobreza, estuviera en legislar sobre el salario mínimo ya debería haberse solucionado, puesto que, con poner unos miles de dólares al mes, el acuerdo gubernativo arreglaría los males de golpe.
Cuando el Gobierno acuerda subir por ley el salario mínimo se producen varios efectos. El primero es que algunos empresarios ven que sus costos de pago de nómina a fin de mes aumentan de forma que no pueden pagar a todos los empleados y entonces se producen despidos o bien ese exceso respecto de la nómina del mes anterior es cargado en el producto final y, entonces, los artículos suben de precio. Por tanto se da la paradoja, y así efectivamente se comprueba, que una subida salarial por ley termina reflejándose en el mercado en una subida del precio de las mercancías. Es esa expresión popular que dice aquello de “me subieron el sueldo, pero la vida subió más”. Otra falacia, de las muchas que manejan quienes promueven esa majadería, es bajar los precios de la canasta básica como referente. Lo primero que hay que decir es que tal concepto no existe y, por si fuera poco, de vez en cuando se cambian los productos que incluye la misma, no se sabe muy bien con qué criterio o en respuesta a qué fin. Pero lo peor es suponer que todas las personas compran los mismos productos durante todo el año. Esa erogación divina de conocer en qué gastan las personas su dinero es el principal problema y el nudo gordiano de estas reflexiones sobre el salario mínimo y la canasta básica. Habrá personas que se lo jueguen al póker y, para ellas, la canasta básica no existe. Otras, se lo beberán en licor y tampoco es aplicable el criterio. Lo menos viciosos, lo emplearán, según el mes, en el colegio de sus hijos, en el pago de la factura eléctrica, en la compra de juguetes por Navidad o cumpleaños, en pagar la semilla para sembrar o en el monto mensual de la letra del préstamo que pidieron. Por tanto, tampoco se justifica el falaz argumento de lo que se gasta en comer, como si todos comieran lo mismo o preferir la tortilla al pan francés sea un dogma, ese es el principal y grave error del “planificador estatal”, pensar, presuponer, aceptar, que conoce lo que las personas harán en cada momento y circunstancia de su vida, cuando eso es precisamente privativo de cada ser humano.
“Tampoco se justifica el falaz argumento de lo que se gasta en comer, como si todos comieran lo mismo o preferir la tortilla al pan francés sea un dogma”.
La crítica a los planteamientos de Irving Fisher, está magistral y claramente recogida en el libro de Von Mises titulado “La acción Humana. Tratado de Economía”, especialmente en el capítulo XII. Son tesis añejas y pasadas de moda que nunca sirvieron para nada pero que acercan artificialmente a los votantes no reflexivos a los políticos poco escrupulosos.
La única forma de mejorar salarialmente es generar de verdad una competencia y una alta productividad. Aquel que se prepara, es competitivo y produce, está en condiciones de poder reclamar un mejor salario por su producto final, el trabajo, lo valdrá. El resto, los que se estancan, prefieren enfermarse los días que no desean trabajar o, por el contrario, piensan que todo está resuelto porque encontraron un trabajo “definitivo”, corren el riesgo de tener que vivir precisamente a expensas de los políticos que les prometen una “mejor calidad de vida artificial” sin darse cuenta que cavan su propia tumba porque nadie les explica las consecuencias reales de esas subidas artificiales e inútiles.