Ago-11 Las promesas infinitas

Nadie emigra a Estados Unidos para tener salud, escuela o medioambiente sostenible, más bien porque es un lugar donde hay oportunidades, producto de reglas claras y seguridad eficiente.

POR PEDRO TRUJILLO

Vivimos un nuevo momento electoral, con características comunes a procesos anteriores pero también con rasgos específicos. Las promesas infinitas, indeterminadas y muchas irrealizables son algo en común con cualquier otra campaña, nacional o extranjera. Adelantan la Navidad y creyéndose todopoderosos o asumiendo el destino, ni siquiera por delegación, prometen todo cuanto “van a cumplir” en función de imaginarias exigencias de ciudadanos que ni los votaron ni les trasmitieron sus preferencias. Inventan, crean, esperanzan, priorizan, diseñan y promueven una serie de cuestiones que piensan son necesidades humanas universales, sin entender que el ser humano es único y diferente a los demás y que la capacidad de entendernos, comprender necesidades comunes, cambiantes por otra parte en cada instante y contar con la información necesaria y suficiente, es algo cuando menos divino, nunca humano y menos de políticos que no terminamos de asumir que tienen más presente sus propios intereses que aquellos que dicen defender a los más.

La política ha terminado por convertirse en publicidad engañosa y mercantilista que, a cualquier precio, necesita conseguir votos y adeptos para sobrevivir. Como el ser humano busca permanentemente mejorar sus condiciones no es de extrañar que cada vez cueste más conseguir esos votos o que personas inescrupulosas busquen alcanzarlos a costa de un pago directo o diferido por medio de contratos ventajosos. Quien promete dar algo es contrarrestado por otro (u otra) que ofrece lo mismo y le agrega algo más y así sucesivamente, sin explicar cómo van a pagar todo eso ni de dónde van a sacar los recursos. Por su parte, la ciudadanía no cuestiona a quienes se proyectan de esa forma. Algunos, sencillamente siguen el juego para obtener gorras, playeras, merienda, almuerzo gratis o láminas para el techo de sus casas, además del saludo frío y protocolario del candidato que no le queda de otra que abrazar a niños, festejar con viejitos o escuchar las quejas de madres de familia que creen que ese “salvador” las va a sacar del apuro. Hemos dado por bueno que la democracia es el mejor sistema de Gobierno y dejado de cuestionar a la propia democracia. De hecho, es posible que en una reunión de más de diez personas encontremos más de once definiciones diferentes sobre el término, lo que nos lleva a la conclusión de que bailamos en torno a una hoguera que no sabemos quién la encendió, qué tiempo estará prendida o cuántas calorías desprende por minuto, aunque todos nos calentamos y dancemos alrededor de ella.

Es preciso madurar y comprender que con el presupuesto, cualquiera que sea, no se puede hacer nada más que unas pocas cosas y que, además, la labor del Gobierno es atender las necesidades de seguridad y de justicia. Es mentira que solucionarán el tema de salud, el de comunicaciones o el medioambiental. Hay que exigir a los gobernantes que sean honestos, transparentes y precisos en lo que ofrecen, lo que debe de coincidir, además, con su trabajo y labor primordial. El resto: las comunicaciones, la salud, la sanidad, el medioambiente, la vivienda y un sin número de otras áreas, no tienen porqué ser asumidas por ellos y pueden desarrollarse mucho más eficientemente a través de la iniciativa privada o público-privada. No vote por el candidato que le prometa mucho. Haga lo propio con el que diga que hará dos o tres cosas bien y que estas coincidan con sus preocupaciones y las del país: la seguridad y la justicia. El resto vendrá por añadidura. Nadie emigra a Estados Unidos para tener salud, escuela o medioambiente sostenible, más bien porque es un lugar donde hay oportunidades, producto de reglas claras y seguridad eficiente. De seguir como hasta ahora, únicamente promovemos a los peores, a los más mañosos, a muchos criminales que diariamente nos roban lo poco que nos queda.

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