POR PEDRO TRUJILLO
Estamos todos, sin excepción, colocados en una fila haciendo turno…
Dos opciones: actuar o seguir de espectadores.
Un ex presidente en la cárcel pendiente de extradición, un ex ministro recién arrestado, otro en busca y captura y más de una decena de funcionarios procesados por delitos tocantes a la corrupción, además de dos cúpulas policiales detenidas y en prisión por supuestos delitos de narcotráfico, así como 18 asesinatos diarios, entre otros infortunios, no es la mejor carta de presentación para ningún país que aspira a ser próspero, a atraer inversiones o promover el desarrollo.
La ausencia de políticas públicas, especialmente en los dos últimos años, así como una total falta de ideas y acción gubernamentales han situado a Guatemala al borde del abismo. El ruido, ya demasiado insistente, sobre la reforma fiscal, mientras hay un significativo porcentaje de economía informal y la transparencia y eficiencia del gasto público dejan mucho que desear, no es el mejor mensaje que se puede mandar a los inversionistas, sean estos nacionales o extranjeros.
Por si fuera poco, el actuar de Ministerios y organismos públicos que opacan sus actuaciones a pesar de la Ley de acceso a la información y se resisten por cualquier medio a entregar información que debería ser pública, incrementa el nivel de incertidumbre. Hemos podido ver cómo la Corte de Constitucionalidad (CC) cesaba a un ministro que días más tarde era promovido a un cargo mayor (comisionado). El mensaje es claro: haremos lo que queramos a pesar de las sentencias judiciales. Agreguemos que estamos en proceso de elección del Fiscal General y próximamente de los miembros de la nueva CC, lo que nos sitúa en ese punto del que se pasa exitosamente o en el que se frena y retrocede estrepitosamente.
Muchos, interesados por supuesto, han presentado esas maniobras como promotoras de una agenda social que por otra parte se aproxima al denominado socialismo del siglo XXI, lo que lejos de ser una opción política, se torna una burda maniobra que lleva al despotismo más radial y a la más nefasta dictadura. Veamos, como muestra, el ejemplo venezolano y comparemos aquella secuencia de hechos con los sucesos ocurridos en la región (Nicaragua y Honduras) y lo que está sucediendo en el país. Todo un encadenamiento de acontecimientos con preocupantes similitudes.
Lo peor no es ya la crisis económica mundial que nos afectó y que todavía no hemos superado, sino la paralización de las inversiones ante la falta de garantías de todo tipo y, lo que pudiera ser peor, la salida de capitales hacia otros lugares donde la previsibilidad es una realidad. La alarma la ha puesto el paquete legislativo pendiente de aprobar, que incluye leyes que posibilitan la expropiación indirecta, primer paso para seguir con otras violaciones de derechos individuales.
A ello, sumarle el interés por anular el secreto bancario de las sociedades anónimas y otras actuaciones parecidas, algo que se paralizó ante la posibilidad de utilizar el procedimiento para esconder los datos del programa Mi Familia Progresa, único objetivo del Gobierno, donde la eficacia y la eficiencia son variables no verificables.
Estamos en un momento histórico donde el rumbo que tome el país marcará, sin duda, a la generación que hoy termina el colegio y se integra en las universidades. No pueden opinar todavía, pero les estamos hipotecando su futuro por falta de actuaciones contundentes, ausencia de opiniones directas y denuncias de todo lo que ocurre tanto en el ámbito político como en el social. Miramos esperanzados las elecciones de 2011, sin darnos cuenta que es muy posible que no lleguemos porque no tenemos ganado todavía el 2010. Ese optimismo enfermizo que nos ciega y el autismo voluntario en el que nos encerramos para huir de una realidad más marcada cada día, terminarán por arruinarnos en el corto plazo. Estamos todos, sin excepción, colocados en una fila haciendo turno y no queremos darnos cuenta de que al final nos terminarán por devorar a todos si seguimos pasivos. Dos opciones: actuar o seguir de espectadores.