Sep-12 Embelequeros

La lección a aprender es que el ser humano es grande, puede, sabe y no necesita más que paciencia y tesón.

Érick Barrondo elevó los ánimos de muchos ciudadanos de este país –también del mundo– al lograr una medalla de plata en los pasados juegos olímpicos. Cuando un originario de un país pequeño y en vías de desarrollo alcanza esos logros, muchos se preguntan ¿Qué hay de grandeza en el deporte que no termina siendo un problema fundamentalmente de inversión económica o tecnológica, sino de capacidad de las personas que hacen posible esas marcas? ¿Por qué un humilde y desconocido deportista es capaz de superar a otros que ganan millones, entrenan en condiciones de lujo y son apoyados por empresas, gobiernos e instituciones del mundo? ¿Qué hace que esa lógica de ecuación matemática se rompa y genere unos resultados no previsibles? La respuesta está –como siempre lo estuvo– en la grandeza del ser humano y en su capacidad sin límites.

Una vez el ser humano deja claro que nada es capaz de detenerlo ni de frenar su capacidad de superación. Exactamente lo que ha dejado claro Érick Barrondo.

El triunfo rápidamente fue monopolizado por grupos que pretenden obtener tajada. Algunos colectivos fanáticos también se dejaron ver y alabaron el primero de los logros pero criticaron, bajo versiones nacionalistas, el segundo que terminó en fracaso al ser descalificado el deportista. Muchas empresas y organismos aprovecharon la ocasión de quedarse con lo ajeno y anunciaron su apoyo a Érick y al deporte nacional, sin percibir que el triunfo no es del deporte nacional, sino de quienes se dejan la piel temprano y van “en busca del sol”, en lugar de esperar a que este les alumbre. Es del esfuerzo familiar que en ocasiones se sacrifica para que uno de sus miembros tenga la oportunidad de desarrollar sus habilidades. En modo alguno, es de la aldea, del pueblo, mucho menos de la ciudad y para nada de los políticos que no perdieron tiempo en recibir con lujo de protocolo al “héroe”, al mismo Barrondo que días atrás les importaba un bledo a esa pléyade de buitres que ahora agasajan, regalan y pelean por ser los primeros en fotografiarse con el campeón. Sin embargo, nadie investigó los gastos onerosos del deporte o como dilapidan sus dirigentes los recursos que deberían servir para que esos campeones no tuvieran que regresar en camioneta a sus casas, como ocurrió con Barrondo tras triunfar en los juegos Panamericanos, y al que nadie le prestó su carrito, su chofer o le pagó un taxi. Ahora, sin embargo, la sonrisa hipócrita de muchos quiere congraciarse con el triunfante.

No te preocupes campeón. El triunfo es únicamente tuyo y de nadie más. Que hay una artificialidad creada en torno a la colectivización del deporte y al nacionalismo irredento que se revelan marcadamente en triunfos como este, pero únicamente porque la victoria tiene muchas madres, mientras el fracaso es huérfano. Junto con Barrondo regresaron otros deportistas que no obtuvieron medallas, pero que fueron grandes a su manera y ninguno de esos politiquillos fue a recibirlos, mucho menos se fotografiaron con ellos, porque no generan réditos políticos, aunque luego les hagan una recepción de esas que se come mucho, se bebe más y se hablan demasiadas babosadas.

Aprendamos del esfuerzo personal. Cada quien puede en la medida que se lo propone y no debe de rendir cuentas nada más que a él mismo y a quienes de verdad lo apoyan. El día a día es muy duro para que alguien venga a robar el placer de la victoria en pocos segundos y quitar la plata para colocarse la corona cesarista de un triunfo ajeno. Felicidades Érick, a ti y a quien tú creas que hay que hacerlo extensivo y mi rechazo más firme a todos los mareros políticos que te han querido saquear. A los otros, de los que casi nadie se acordó, mis felicitaciones también. Aprendamos algo, para seguir triunfando, a pesar de las aves de rapiña.

“El triunfo no es del deporte nacional, sino de quienes se dejan la piel temprano y van “en busca del sol”, en lugar de esperar a que este les alumbre”.

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