Jun-12 Amnesias convenientes

Las investigaciones serias hechas a lo largo de los años dejan entrever una sórdida realidad, sensiblemente diferente a la versión del dominio público.
Uno de los casos insignia que la comunidad de activistas antimilitaristas han colocado como grandes temas en su agenda estratégica empieza a develar la inconsistencia y la mentira urdida a través de los años. El riesgo de que buena parte de su trama histórica se derrumbe depende ahora de la precisión y profundidad con que actúe el sistema legal guatemalteco: Si hace una investigación profunda para esclarecer lo realmente ocurrido en la embajada española en 1980, aparecerán muchos detalles que pondrán en duda lo que dicen que pasó en ese triste incidente, que siempre fue manejado por los grupos de izquierda como la gran masacre.
Las investigaciones serias hechas a lo largo de los años dejan entrever una sórdida realidad, sensiblemente diferente a la versión del dominio público, porque se distorsionaron los hechos que rondan el sin duda más visible capítulo de la guerra urbana al inicio de los años de 1980.
Era el inicio de una etapa en que la guerrilla buscaba salir de la capital para ubicarse en el occidente del país, desarrollando así una estrategia para incluir el tema racial entre las razones para masificar el conflicto. Los primeros indicios de esa intención, calcada del pensamiento maoísta, se veían no sólo en el reclutamiento de los Frentes de Insurgencia Local –como eufemísticamente eran llamados los grupos de choque guerrilleros indígenas– sino con la incorporación a la lucha de personajes como Vicente Menchú y otros indígenas a la lucha política.
Revisemos los hechos: El embajador Cajal invitó a varios ciudadanos notables para conversar en la sede diplomática; en paralelo y, pese a que lo usual en aquellos tiempos era la “toma” de embajadas por los grupos antigobiernistas, nada hizo el embajador para salvaguardar la sede, a la cual llamó en días previos al incidente “una embajada de puertas abiertas”. Por eso fue fácil la invasión de la sede diplomática por campesinos y estudiantes, quienes pertrechados con bombas incendiarias y armas, se atrincheraron en las oficinas de la embajada. Los hechos apuntan a que Cajal puso la trampa para que los invasores tuvieran rehenes notables. Luego, comenzó el incendio y unos pocos sobrevivieron.
Los hechos que hoy relato aparecen en varias rigurosas fuentes de información, como los testimonios recogidos por el historiador Jorge Luján Muñoz; no son inventos o interpretaciones, sino están definidos por las coincidencias de más de un testigo, en piezas que, sin duda, deben engrosar el proceso judicial, y aumentan en importancia cuando el mismo historiador señala en su obra que el embajador era un confeso comunista, cuya esperanza era representar a su país ante el gobierno cubano de Fidel Castro. El mismo diplomático estuvo en Quiché días antes de la tragedia, señala el autor de La tragedia del 31 de enero de 1980. Perspectivas, controversias y comentarios. Guatemala: Academia de Geografía e Historia de Guatemala, 2007.
Hoy la historia llama a comparecer al embajador Cajal. Fue citado para ampliar su declaración ante un juez guatemalteco –vía teleconferencia- para confirmar datos de su versión inicial e históricamente sostenida. Los testimonios permiten afirmar que el embajador Cajal invitó y procuró insistentemente la presencia del ex Vicepresidente de la República, Eduardo Cáceres Lehnhoff y del ex canciller Adolfo Molina Orantes. Pero, además, Cajal permitió que los hechos transcurrieran sin oponer resistencia ni ofrecer protección a los dos ex funcionarios ni al personal local de la embajada.
El tufo a emboscada y homicidio se ha acentuado a medida que se explora con seriedad el entorno objetivo del suceso. Cajal deberá ampliar la declaración ante el juez que lleva el caso y podría ser que súbitamente olvide detalles que le puedan llevar al banquillo de los acusados, al menos ante el banquillo del juicio histórico y moral.

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