Todo esto nos indica que, más que nunca, hay que ser prudentes en el manejo de las políticas fiscal y monetaria.
El viernes 5 de agosto pasado sucedió uno de los eventos más inusitados, en términos económicos, de nuestra historia reciente; fue algo que nadie se hubiera imaginado en los últimos 70 años: la calificación de la deuda estadounidense fue degradada de “AAA” a “AA+”. Sin embargo, se hace necesario explicar un poco más esta nueva condición y sus consecuencias. Primero que todo, no quiere decir que la deuda de Estados Unidos ya no tiene ningún valor; en ningún momento se espera que este país deje de cumplir con sus obligaciones. “Estados Unidos sigue siendo Estados Unidos”. En otras palabras, siguen siendo los dueños de los dólares y, en el peor de los casos, sólo necesitan emitir más dólares, y problema resuelto.
Ahora bien, esta misma condición que tanto los beneficia a ellos es precisamente donde inician nuestros problemas. Definitivamente Estados Unidos tiene un grave problema fiscal y para resolverlo, por un lado, ha emitido grandes niveles de deuda. Sin embargo, estos niveles ya son preocupantes, al punto que el principal acreedor, China, ya ha empezado a hacer reclamos formales a este país para que corrija su situación.
En todo caso, el aumento en la percepción de riesgo por parte de las calificadoras surgió de las dificultades políticas para resolver el problema fiscal que enfrenta y la menor credibilidad en que se resuelva apropiadamente.
Por otro lado, Estados Unidos tiene todo el incentivo para emitir más dólares en los mercados globales. Primero, le ayuda a financiar su déficit fiscal y, segundo, deprecia su moneda (cada vez vale menos el dólar). Esto, a su vez, tiene varias consecuencias positivas para ellos: promueve sus exportaciones ayudándolos a mejorar sus condiciones económicas, y “diluye” su deuda (cada vez vale menos, al igual que el dólar).
“Estados Unidos tiene todo el incentivo para emitir más dólares en los mercados globales”.
Esto implica situaciones adversas para el resto del mundo, dada la importancia de Estados Unidos en los mercados internacionales, tanto de mercancías como financieros. A mediano plazo una mayor tasa de interés, como consecuencia del mayor riesgo, por no resolver su problema fiscal adecuadamente; más inflación internacional, por la emisión de dólares; y, una apreciación de las monedas que utilizan como referencia el dólar como tipo de cambio.
Si la cosa está tan mal, ¿por qué las personas a nivel mundial siguen aceptando los dólares? La respuesta es bastante sencilla: porque las alternativas aparentemente están peor. Por un lado, está el euro. Hace algunos años se consideraba que esta moneda podría venir a sustituir al dólar. Sin embargo, la situación en esta región está peor, incluso, muchas de las recientes caídas de las bolsas internacionales se le atribuyen más a la incapacidad de los países de la Unión Europea de solucionar sus propios problemas fiscales que a la degradación en la calificación de la deuda estadounidense. Por otro lado, hay otras economías que también tienen grado de inversión (son buena deuda), como la de Canadá, Finlandia, Nueva Zelanda, etcétera. Sin embargo, sus monedas simplemente no tienen la liquidez del dólar ya que sus economías no son tan importantes a nivel global.
¿Y, cómo queda Guatemala ante este escenario? En definitiva, lo que nos dice este escenario es que la crisis de 2008 no ha terminado y, probablemente, incluso puede haber nuevas recaídas, aunque no tan graves como la última. Empero, las condiciones actuales para enfrentar estas recaídas son más débiles y los instrumentos más escasos. Por ejemplo, en 2008, las finanzas públicas eran más robustas y algo pudieron hacer para contrarrestar la caída. Hoy, esas mismas finanzas son generadoras de desequilibrios. Todo esto nos indica que, más que nunca, hay que ser prudentes en el manejo de las políticas fiscal y monetaria.
POR SIGFRIDO LEE