No es momento de insultos, de agresiones, de violencia. El respeto a las ideas es la base de la libertad y la convivencia pacífica y así debe entenderse la jornada de votación.
El voto es, o debería de ser, la expresión individual sobre la preferencia a la hora de elegir entre todas las posibles opciones, a quién delegar temporalmente y con las condiciones expresadas en el marco constitucional, el poder con el que cada ciudadano cuenta.
Algunos aspectos deben ser cuestionados sobre cómo se ejerce. Hoy, las opciones son cerradas, es decir, no existe una casilla en blanco para que el ciudadano pueda poner el nombre de aquel que desee o bien optar por la opción “ninguno”, lo que generaría otras alternativas cuando una mayoría o sustancial parte de la población no opta por ninguna de las ofertas. Aunque el actual sistema no sea lo perfecto que se quisiera o sea preciso emprender un debate serio sobre cómo mejorar la democracia, no quiere decir que no se deba de participar, aún con las deficiencias indicadas. La ausencia de participación únicamente posibilita que una determinada minoría termine por imponer un candidato que siempre será ilegítimo, precisamente por no contar con un grado importante de aceptación. Se puede votar por aquel que cada cual prefiera o en caso de no encontrar esa opción, el voto en blanco puede ser una expresión de disconformidad, teniendo presente que en el actual proceso se contabiliza como voto no válido y por tanto no se tiene en cuenta, aunque una significativa cantidad de votos en blanco podría ser la puerta para generar una discusión sobre si debe considerarse esa “nueva opción” que una importante parte de la población emplea o, por el contrario, seguir como estamos.
Hay quien también utiliza el “voto cruzado”, es decir, votar por candidatos presidenciales de un partido y por otro partido distinto para diputados. Con ello se consigue desconcentrar (o desconectar más bien) el poder Ejecutivo del Legislativo y, teóricamente, promover más debate, acuerdos y negociaciones, aunque es preciso señalar que todo ello tiene un importante costo económico, de tiempo e incluso de otros pactos. En caso de votar por el mismo partido en ambas propuestas se concentra el poder y, consecuentemente, se facilita el ejercicio del Gobierno. Como vemos ambas opciones cuentan con sus pros y sus contras y es deber del votante decidir qué hacer en función de lo que más valore para el periodo venidero.
Por último, la votación es un proceso festivo, alegre y, sobre todo, de ejercicio ciudadano. Se puede ser duro con la idea pero no con las personas, como muchos métodos de negociación indican. No es momento de insultos, de agresiones, de violencia. El respeto a las ideas es la base de la libertad y la convivencia pacífica y así debe entenderse la jornada de votación. Es momento, también, de promover otras reflexiones y discusiones, como cuestionar la razón del porqué no votan ciertos colectivos, a quiénes excluimos de esa concepción de ciudadanía (militares, policías, etc.) o aquella otra, tampoco comprensible desde la perspectiva de libertad y responsabilidad con la que se enfoca el evento, de no poder tomar vino, cerveza o cualquier otra bebida alcohólica desde el inicio de la jornada y hasta la finalización de la misma. En este entorno de reflexión, más allá de la participación, debemos ir a votar el próximo día 11 de septiembre. Los próximos cuatro años, en los que accederán a la mayoría de edad muchos jóvenes, son de nuestra responsabilidad y no debemos ni podemos escapar a ella. Lo que hagamos se plasmará en el futuro de otra generación, lo que obviemos, tendrá una repercusión similar con el agravante del silencio cómplice de aquel que prefiere realizar otras actividades en lugar de cumplir con su deber y ejercer su derecho ¿Deseamos libertad?, luchemos por ella, especialmente ahora que la batalla es pacífica. www.miradorprensa.blogspot.com
POR PEDRO TRUJILLO
