Por: Raúl Bouscayrol | presidente de Cámara de Industria de Guatemala
Durante años, hablar del sistema financiero en Guatemala ha sido sinónimo de estabilidad macroeconómica. Un logro valioso, sin duda, en una región donde lo previsible no siempre es la norma. Pero en este 2025, la pregunta ya no es solo cómo sostener esa estabilidad, sino cómo convertirla en una ventaja competitiva real para atraer inversión inteligente, estratégica y sostenible.
Lo que buscan hoy los inversionistas no es únicamente capital humano o incentivos fiscales. Buscan certezas. Y esas certezas las proporciona, en buena parte, un sistema financiero que inspire confianza, que esté alineado con los estándares globales y que sea capaz de absorber y canalizar flujos financieros con eficiencia, transparencia y visión de largo plazo. Es aquí donde el sector financiero deja de ser un actor secundario para convertirse en un elemento central de la narrativa país.
En los últimos años, América Latina ha experimentado un repunte en la atracción de Inversión Extranjera Directa (IED). Guatemala no es la excepción; según datos oficiales, durante el 2024, el país captó un total de 1,694.5 millones de dólares en IED, cifra en la que destaca el sector de actividades financieras y de seguros (42.6%). Esto refleja la confianza y solidez del sistema financiero nacional y es un comportamiento que responde al fortalecimiento institucional de los países que han sabido posicionarse estratégicamente.
Y sí, la tecnología es parte del camino. El crecimiento de las fintech en América Latina ha sido exponencial, con nuevos modelos que conectan inversión con productividad, saltándose muchas de las barreras tradicionales. Pero el crecimiento sin una regulación sólida no construye confianza. Por eso, los marcos normativos deben avanzar con igual velocidad.
Otro elemento ineludible es la educación financiera.
No se puede construir un sistema inclusivo si buena parte de la población sigue viendo al banco como un obstáculo en vez de una herramienta».
Sin ciudadanos financieramente informados, cualquier esfuerzo por sofisticar el sistema será incompleto. Y sin inclusión, la inversión pierde sentido. No es casual que un estudio reciente de Taylor & Francis haya identificado que por cada punto porcentual de incremento en la adopción de fintech, los países en desarrollo mejoran significativamente sus índices de inclusión financiera.
El sistema financiero debe ser sólido y estratégico. Eso implica articularse mejor con otros sectores, apostar por infraestructura digital y, sobre todo, alinearse con una visión de país con propósito.
La inversión llegará donde encuentre certezas, pero también donde encuentre inteligencia institucional. Y esa inteligencia se demuestra en decisiones. Impulsar un sistema financiero moderno, transparente y conectado con las necesidades reales del país es, hoy más que nunca, una decisión política, económica y ética.