Atención directa e inmediata a quienes sufrieron daños, pero visión estratégica de qué hacer para que cuando la tierra vuelva a temblar, que lo hará, o se presente una erupción volcánica o un huracán, no ocurra la improvisación habitual.
El pasado terremoto, focalizado en San Marcos, debería de provocar diferentes reacciones, como de hecho así ha sido, pero además una necesaria reflexión sobre aspectos de interés relacionados con el mismo.
El primero, y más importante, es la cortedad en contar con lecciones aprendidas que hubiesen reducido sensiblemente los efectos. En un país donde los terremotos se producen de forma cíclica, no es permitida la ausencia de normas, directrices y marcos, que impidan que aquello que ya se demostró ineficiente y produjo muertos, desaparecidos, destrucción de infraestructura y otros. Sin embargo el manejo de crisis anteriores no significó voluntad de cambio, unos planes de previsión o de reducción de desastres y después de años de habernos lamentado de grandes catástrofes seguimos lamentándonos de las presentes. En lugar de paliar y corregir defectos o desperfectos, mejor promover planes y la visión necesaria de futuro.
Así las cosas, vimos como el binomio Presidencial –y muchos ministros– se trasladaron a la zona para adoptar medidas de urgencia, en lugar de seguir con planes previstos de actuación que deberían haber
sido elaborados con anterioridad. Además, la Vicepresidente se fue a “vivir” a San Marcos, rodeada de más de 60 personas que tomaban decisiones al margen de una cadena de gestión política y de mando que ignoraba al gobernador departamental, al director de CONRED y a otros funcionarios de similar nivel. El terremoto no sólo evidenció la ausencia de planes ante crisis, sino que también probó un sistema de mando, control y gestión gubernamental que no funcionan, y que para suplirlo debe ser el mandatario o su Vice quienes estén gestionando personalmente, con lo que ello contradice cualquier teoría organizacional y desnuda un Estado incapaz de contar con una función pública profesional.
Por si fuera poco, la publicidad en medios y el gasto en imagen que se agregó, rayan no solamente con lo legal, sino que sobrepasa lo moral. No se puede estar hablando de ayuda y de reconstrucción y, al mismo tiempo, gastar cantidades groseras en publicidad para presentar “cuanto hacen” los políticos en la zona. Primero, porque no está autorizado este tipo de difusión y, segundo, porque el escaso dinero público no debe de dilapidarse en evidenciar lo que se hace como parte del trabajo, ni mucho menos distraerse del objetivo principal de la reconstrucción. El Presidente, incluso, llegó a manifestar que no hacían falta recursos porque el Gobierno contaba con suficientes; una bofetada a la aprobación mayor del presupuesto para 2013 que días atrás se había llevado a cabo de forma exprés (sin discutirse) en el Congreso y menos detrayendo dinero de partidas destinadas a Seguridad (Gobernación) para reasignarse a otros rubros de menor importancia, mientras en el país asesinan diariamente a 15 personas y violan a otras tantas, además de cientos de delitos sin tipificar ni poder tabular. Todo un insulto a la razón que por una parte escucha cómo somos el país que menos carga fiscal tiene, pero por otra, publicita, por medio de su Presidente, que cuenta con recursos suficientes y que es capaz de traspasar dinero de una partida a otra porque no hay capacidad de gasto. Similar postura se observó en el Congreso, que decidió donar “sus” Q50 millones de “ahorro”, en lugar de tener la vergüenza de reconocer que le sobra dinero y que a pesar de gastar a manos llenas de forma inmoral y, muchas veces ilegal, pide incremento presupuestario.
En el tema económico, chequear el gasto público y lo que con él hacen y demostrar, como ahora se ha hecho, que no es necesario más dinero impositivo, más bien una eficiencia en el mismo y una decencia en su empleo. Sin comportamiento ético, cualquier cantidad es insuficiente; sin capacidad de gestión organizada, cualquier Gobierno es insuficiente.