Los pobres han terminado siendo la mercancía fácil para que los vividores de siempre puedan subsistir a la crisis económica.
No hay grupito que no quiera “ayudar a los pobres” y sacarlos de su “miseria”, sea aquélla endémica, social, tradicional, histórica, ecológica, producto del conflicto armado o étnica ¡Qué más da la causa! si lo importante es el dinero que como consecuencia se consigue. Se desviven por ver cómo arreglan la pobreza y “ayudan” a que el país prospere. Y es que peor que ser pobre, es no tener dinero.
Los promotores se agrupan en diversos colectivos, sean ONG’s, consejos, grupos organizados de la sociedad civil o cualquier otro artificio jurídico pertinente que evite pagar impuestos, no transparentar el gasto y cobrar buenos sueldos. Hipotecan su alma, sus habilidades y su ser, al mejor postor y cuando se les evidencia, reaccionan abruptamente porque ven peligrar sus ingresos, previamente condicionados a la capacidad de generar problemas puntuales en el país o de asesorar a subgrupos operativos que crean para materializar el bochinche. Trasladan las migajas de las millonarias cantidades que reciben a otras asociaciones menores a las que manipulan con el cuento o la limosna, mientras ellos se reparten entre US$5 ó US$10 mil mensuales dirigiendo o coordinando –que son dos formas de no hacer nada– programas de ayuda internacional que a veces desconocen quiénes los financian.
Mientras el proceso se da, atesoran en torno al 25/30 por ciento de lo que reciben bajo el epígrafe “gastos de gestión” y amasan fortunas que invierten aquí o allá mientras educan a sus retoños en colegios o universidades privadas, pero luchan enconadamente en ver cómo promueven los servicios públicos en los que no creen, además de contar con seguro privado –¡ese de los oligarcas!–.
Intentan esconder su perfil de estudios o militancia, por medio de escaramuzas para evitar poner que estudiaron en USA con beca Fullbright puesto que frecuentemente tienen que criticar al “imperio” y buscan incluir en biografía datos que puedan ser, por lo menos, neutralmente interpretados. Es la doble moral chapina, del país de la tortilla, la zarabanda y el pasado dudoso (cuando no el presente), donde pocos son quien dicen ser. Los pobres, aquellos que eran la razón de ser de la vida de los cooperativistas y “oenegistas”, siguen igual, como siempre. Sus vidas no cambian a pesar de las enormes cantidades de ayuda que viene al país. Dinero manipulado, comprador, falsificador de personalidad, violador del Estado de Derecho y promotor de alboroto; captador de voluntades, destructor de cualquier deontología y, ahora, “evidenciador” de quienes, por siempre, han vivido del cuento. Son los (y las) manipuladores que han quedado al descubierto en un país en el que ya no engañan a casi nadie, aunque siempre queden cooperantes incrédulos o ideologizados –alguno cuestionado y expulsado de otro país– que todavía cuenta con dinero y pasaporte diplomático.
Muchos estudiosos han evidenciado la ineficacia de la ayuda internacional. A modo de ejemplo, las diversas publicaciones del sueco Johan Norberg (En defensa del capitalismo global), o mas recientemente los estudios de los economistas africanos George Ayittei y Dambisa Moyo, que culpan a los países de occidente de prolongar la pobreza en África, algo que sostienen con estadísticas, cifras y evidencias.
Al fin de cuentas, una sustancial parte de la ayuda internacional mantiene al grupo de vividores que hacen de la misma un cuello de botella para beneficiarse ellos y sus amigos, mientras la migajas se desparraman por “los pobres” y los colectivos más desfavorecidos, mientras año tras año son incapaces de mejorar los índices, porque esa no es más que una solución para que vivan bien unos pocos, sin escrúpulos.
¡Bienvenido al espectáculo de la ayuda internacional!