El primer punto es reconocer qué tan intensos son nuestros síntomas para reconocer lo profundo de nuestra fobia social y en caso de que sean intensos, considerar si requerimos algún tratamiento profesional.
RAFAEL HERRERA | Actor y director de escena
¿Condena? ¿Castigo? ¿Talento genético? ¿Personalidad? ¿O simplemente entrenamiento? ¿Cuántas veces nos hemos sentido expuestos o evidenciado cuando estamos hablando ante un auditorio y nos sentimos vulnerables, temblorosos, no se oye nuestra voz, nos sudan las manos, nos tiembla la voz, o no nos prestan atención?
Pero en otras ocasiones hemos presenciado una conferencia y vemos al expositor con una gran seguridad, hablando fluidamente, firme y controlando al auditorio. Esto si fuimos capaces de analizar la situación y no nos quedamos estupefactos mientras escuchábamos y participábamos con él. Esto es algo a lo que estamos expuestos cuando nos presentamos ante una audiencia grande o hasta frente a una pequeña como sería hablar con un superior en nuestro trabajo.
Pero no hay que preocuparse, hay que ocuparse.
El primer punto es reconocer qué tan intensos son nuestros síntomas para reconocer lo profundo de nuestra fobia social y en caso de que sean intensos, considerar si requerimos algún tratamiento profesional.
Pero en la mayoría de los casos, donde seguramente estamos incluidos, podemos hacer algo para mejorar.
Tenemos que darnos cuenta que siempre encontraremos en la vida a alguien que cuenta con algún talento muy notorio para hablar en público y que consideramos muy seguro o confiado ante una audiencia. Aquí quiero explicar algo: todos tenemos talentos naturales, pero también talentos que son aptos a desarrollar. Para ambos casos la práctica nos hará hábiles y cada vez más puntuales en lograr nuestros objetivos.
Con esto quiero decir que tenemos esperanza. Todo es cuestión de ponerse a trabajar.
Si reconocemos que la comunicación se basa en un emisor, un mensaje y un receptor y que podemos entrenar y/o conocer cada uno de esos componentes, estaremos en el primer paso.
Podemos trabajar en el emisor, que somos nosotros mismos, manejando una correcta respiración para ayudar a la relajación y concentración, aparte de ejercitar la voz y poder proyectarla adecuadamente. Podemos trabajar en el mensaje, conociendo perfectamente nuestro material, ordenarlo, disponerlo e investigarlo. Y podemos trabajar también sobre el receptor, conociendo quién recibirá el mensaje, a qué hora, dónde, su edad, entre otros, para poder decidir qué apoyos o herramientas extras necesitaremos.
Para poder llevar a la práctica lo mencionado anteriormente es bueno acercarse a un maestro que nos ayude y nos guíe, en un ambiente amable y seguro, a conocernos, reconocernos y entonces utilizarnos. Todo esto, con las habilidades que ya tenemos, a desarrollarlas y, ¿por qué no? a aprender otras nuevas llegando así poco a poco a nuestro objetivo.
No olvidemos que el trabajo cotidiano siempre trae resultados y ya no tendremos que depender de la genética o un talento natural, sino de nuestro entrenamiento.
Por lo tanto, todos tenemos esperanzas. ¿Y usted ya dio el primer paso? Hágalo hoy.