La “empresarialidad” en el siglo XXI

Comunicación CIGdiciembre 2010


Al empresario se le acusa de ser egoísta, de explotador, de evasor y muchas otras cosas peores. Sin embargo, pocos se atreven a reconocer que, asumiendo el empresario el riesgo, muchos otros también se benefician.

Por Sigfrido Lee

El espíritu empresarial se ha caracterizado por la habilidad de asumir riesgos. Esta aparente definición simplista está muy lejos de serlo. Para empezar, el asumir un riesgo implica, primero, tener la visión para reconocerlo en el momento oportuno. No es una persona que deja al azar las decisiones que toma. Es más, hace un cálculo del mismo pero, más importante, asume las consecuencias de esos riesgos; también va asociado con responsabilidad individual.

Lamentablemente, lo que debería considerarse como una virtud, ha sido repetidamente atacado y difamado. Al empresario se le acusa de ser egoísta, de explotador, de evasor y muchas otras cosas peores. Sin embargo, pocos se atreven a reconocer que, asumiendo el empresario el riesgo, muchos otros también se benefician. En primer lugar, generan empleo para otras personas, pero, también, generan negocios para otros empresarios que, a su vez, generan empleo para más personas. ¡Un círculo virtuoso de desarrollo!

Contra esta evidencia han surgido muchos enemigos de la “empresarialidad”. Existen muchos enemigos. Algunos son obvios y fáciles de señalar. En Latinoamérica hay un “eje del mal”; Gobiernos que han regresado al pasado y retomado políticas contra todo espíritu empresarial, sofocando la libertad e incluso castigando la misma humanidad de sus ciudadanos. Pero ese no es el peor enemigo, hay uno todavía peor: la indiferencia.

Estos Gobiernos no surgieron en el vacío, tampoco fueron espontáneos. Más bien, fueron la consecuencia de un largo proceso donde, primero, un grupo sacrificó alguna libertad y nadie hizo nada, no era tan importante. Luego fue otra y, así, sucesivamente. Nadie se dio por entendido hasta que el ataque fue contra ellos y nadie hizo nada. La peor parte es que, cuando ya era obvio, también ya era tarde. Estas sociedades están en una pelea nueva cada día, tratando de sostener una posición comprometida. Probablemente lograrán recuperar su país, pero tomará tiempo y el costo será grande. Y no sólo es el costo de recuperar el terreno perdido, también son todas las oportunidades que nunca se dieron por estar tratando de defender derechos tan básicos como sus propias casas y, en algunos casos, hasta el de sus propios hijos.

Pero, ¿cuál es la señal inequívoca de que estamos perdiendo la batalla? Tampoco es que haya una sola, pero empezamos a perder la batalla cuando dejamos de ser responsables de nosotros mismos y delegamos esa tarea al Gobierno, cuando permitimos que el Gobierno crezca y se haga responsable de nuestras decisiones. En vez de trabajar y superarnos, extendemos la mano y nos convertimos en mendigos. Nos permitimos a nosotros mismos recibir recompensas sin mérito ni razón de ser. Entonces, sucede lo peor, desaparece el espíritu emprendedor. Por supuesto, es más fácil no hacer nada, no arriesgarse, no tomar riesgos y, a cambio, recibir limosnas.

La siguiente señal es que el dinero nunca va a alcanzar. Para darles a unos, el Gobierno se lo tiene que quitar a otro y, precisamente, es quitárselo a aquel que se levanta temprano cada mañana para ir a trabajar y que con su esfuerzo está produciendo. Primero, es más impuestos. Luego, cuando estos tampoco alcanzan es con deuda, hipotecando nuestro futuro y el de nuestros hijos. Pero tampoco termina acá. La lección del Sur es que siguen: se quedan con los recursos naturales, con las empresas, con todo… Aún así, no alcanza.

Los enemigos son grandes y la defensa de la “empresarialidad” necesita una constante vigilancia. Así como un ambiente de libertad favorece la inversión y, con ello, el desarrollo económico de las personas, lo contrario lo destruye y es el caldo de cultivo de la miseria. El Gobierno no debe pretender sustituir la sociedad, sino complementarla, generando un ambiente seguro y confiable para la inversión. Cuando hace otras cosas, no sólo lo hace mal, sino que castiga las oportunidades de cualquier progreso social.

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