Nov-10 La centralización, una receta fracasada

Hoy, en Latinoamérica, disfrazada de movimientos alternativos, la centralización ha resurgido como complemento a Gobiernos despóticos.
Hace 21 años el mundo vio una de las revoluciones más significativas de su historia: la desarticulación de la Unión Soviética y, poco a poco, la caída de los muros de sus satélites socialistas. La caída del Muro de Berlín el nueve de noviembre de 1989 fue uno de los más emblemáticos. Después de que este bloque de naciones llegara a ser la gran competencia en la carrera por el dominio de la política mundial, sucumbió ante la presión de sus mismas inconsistencias, entre ellas la centralización.
Pretender acaparar todas las decisiones de una organización en una persona o en un grupo pequeño ha sido una repetida receta de fracaso. Esto sucede tanto en las naciones, por ejemplo la Unión Soviética, como en las empresas. Esto tampoco quiere decir que en algunas ocasiones no sea necesario o inevitable centralizar algunas cosas pero la experiencia nos ha demostrado recurrentemente que las organizaciones colapsan cuando pretenden centralizar todas sus decisiones todo el tiempo.
Las causas del fracaso son varias: la primera, de índole más filosófica y está en el conocimiento disperso. Como bien dice el refrán, “dos cabezas piensan mejor que una”. En un grupo social siempre hay distintas personas, con distintos puntos de vista. En el mejor de los casos con la centralización se pierden oportunidades por no tomar en cuenta las distintas opiniones o visiones de un mismo fenómeno.
Sin embargo, el problema puede ser más grave. Son los individuos los que conocen los problemas que viven día a día y, probablemente, también son los que mejor saben cómo resolverlos. Muchas veces, lo único que necesitan es que se les provea las herramientas para realizar su trabajo. El problema de la centralización es que pretende resolver los problemas desde la distancia; las soluciones, si llegan, es muy tarde; y, en muchas ocasiones, las soluciones no responden al verdadero problema. El resultado es simple: desperdicio de recursos.
Otra razón de este fracaso está en los incentivos que se generan. La persona o personas que centralizan, también deben asumir la responsabilidad de todas las decisiones y acciones que surgen de las mismas. Esto por sí solo no suena mal pero conlleva que sus subalternos se vuelvan irresponsables de las acciones que realizan. Esta misma situación se agrava todavía más cuando el centralizador pretende delegar responsabilidades ya que las personas se resisten a asumir la responsabilidad de decisiones sobre las que no tienen control.
Una cuarta causa es simplemente práctica: el tiempo no alcanza. La especialización tiene muchas ventajas, además de aprovechar mejor las fortalezas de cada individuo en la organización y una de ellas es el de lograr una mayor escala. Si, dentro de un grupo, cada persona se dedica a actividades distintas, en el agregado se logran más resultados. Sin embargo, si alguien pretende hacerlo todo, nunca le va a alcanzar el tiempo, se vuelve un cuello de botella, surgen tiempos muertos, hay desperdicio de recursos y, finalmente, fracasa.
Por último, la centralización viene acompañada de las dictaduras. Sobre cuál provoca cuál, no hay una respuesta clara; para poder centralizar hay que imponerse por la fuerza y a los que se imponen por la fuerza les gusta centralizar para mantener el poder. La centralización solo se puede implementar por la fuerza, en ambientes que limitan la iniciativa y la creatividad y, las personas que llenan estos requisitos son las primeras en huir.
Regresando al ejemplo del principio, con la caída del Muro de Berlín se decía que la “historia había llegado a su fin”; la centralización había fracasado y ya no iba a regresar. Sin embargo, hoy, en Latinoamérica, disfrazada de movimientos alternativos, la centralización ha resurgido como complemento a Gobiernos despóticos. En muchos de ellos ya se aprecia lo que se esperaba: sociedades encaminadas al fracaso. Por otro lado, de todo esto nos queda la lección de que no hay que bajar la guardia, la amenaza continúa.

El muro de berlin sucumbió en 1989.

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