Dic-09 Del salario minimo a la pobreza

Actualmente se cree que el salario mínimo aumenta el nivel de vida. Sin embargo, la auténtica realidad es que crea desempleo y empobrece a la sociedad. Pero, ¿Por qué? ¿Cómo? Espero que lo podamos ver claro y de forma sencilla.

 Por Jorge Valín

 Primero, obligar a las empresas a remunerar a sus empleados con un sueldo mínimo significa que los que actualmente cobran una cuantía inferior automáticamente quedan fuera del terreno laboral o, bien, pasan a cobrar lo mismo pero dentro de la economía sumergida. Imaginemos que de repente el Gobierno de turno decide imponer un salario mínimo de US$1,500 mensuales. ¿Eso significará que el empresario tendrá que renunciar a parte de sus beneficios para subir el sueldo a sus empleados? Evidentemente que no (aunque por fuerza se le verá reducido a posteriori). Lo que eso significa es que todo aquel que cobre menos de US$1,500 mensuales, inevitablemente queda despedido, o bien, primero queda despedido y luego pasa a otra empresa —o la misma— cobrando el sueldo anterior pero de forma no declarada, esto es, pasa a ser parte de la economía sumergida. En este sentido vemos cuan útil es realmente la economía sumergida, ya que ésta siempre da elección y libertad al necesitado (gente joven, inmigrantes, etc.)

Aquí alguien podría pensar que sólo el salario mínimo “alto” puede crear desempleo, pero uno reducido no. La verdad es que cualquier impedimento a la producción, por pequeño que sea, distorsiona su estructura de precios y esto siempre conduce a más desempleo y menos elección para el consumidor, trabajador o empresario.

 Segundo, un incremento en el salario siempre es un aumento en los costes (el sueldo no es más que otro coste sobre el producto). En principio, esto no tiene por qué ser maligno, pero si este aumento se debe a la coacción de las leyes que no obedecen la estructura productiva real —o la decisión del consumidor— el resultado serán precios irreales. Pero, ¿todos los productos se encarecen por igual? No, pero al final todos acaban encareciéndose. Los primeros segmentos en los que se notará este aumento serán los que provienen de empresas con una estructura de más trabajo intensivo, es decir, que para la elaboración de su producto se necesitarán más personas que máquinas, como por ejemplo, las pequeñas empresas, el sector agrícola, etc. ¿A qué se debe? A que toda la estructura productiva, en última instancia, está entrelazada entre sí. Si aumento el coste de la madera (subiendo el sueldo al leñador de forma artificial o por coacción legal) ésta tendrá que ser vendida más cara al fabricante de sillas, mesas, etc. A la vez, el que vende las sillas las tendrá que vender más caras a la inmobiliaria, y la inmobiliaria que provee a otras empresas que no están relacionadas con la madera repercutirán el coste a sus consumidores (consumidores finales, empresas, etc.). A esto añadamos que a cada paso intermedio en la producción también se añade un aumento en su coste por trabajador, con lo que el aumento realmente no es nada despreciable. ¿Cuál ha sido la consecuencia? Que el aumento impuesto de los sueldos sólo ha beneficiado a una minoría que “cobra más” (si no ha sido despedida antes) pero ha empobrecido a una mayoría, ya que esta mayoría percibe los mismos ingresos pero paga más por los productos que consume.

 

image009

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La verdad es que cualquier impedimento a la producción, por pequeño que sea, distorsiona su estructura de precios y esto siempre conduce a más desempleo y menos elección para el consumidor, trabajador o empresario.

 Tercero, de aquí se deduce rápidamente que este encarecimiento sobre algunos bienes será demasiado alto para que alguien los quiera comprar. En este caso habrá una disminución de la demanda global, y de forma más acusada puede ocasionar que el margen sobrante para el empresario (beneficio puro) sea tan bajo que provoque la desaparición de algunos productores marginales. Esta reducción de la demanda en los productos marginales (es decir, de poca demanda per se) podrán crear monopolios o reforzarlos si ya existen. Un monopolio, en este caso, se crea gracias a los elevados costes de la elaboración del producto donde inevitablemente sólo pueden ser costeados por una sola empresa ya que no hay margen para nadie más. Y es que ciertamente la tendencia al monopolio es un hecho característico de las leyes y del Estado. En ausencia de los dos, los monopolios serían prácticamente inexistentes.

 Como consecuencia de este punto podemos llegar a la conclusión que el salario mínimo (y leyes in extenso) destruye la principal base que puede sostener el trabajo continuo y sano: La producción. El fin no es el trabajo, éste es un medio o herramienta, sólo la masiva, anárquica y compulsiva producción es el fin; ¡y cuánto más mejor! Esto es lo que realmente, junto al ahorro y capitalización, crea trabajo para todos.

Cuarto, al reducir coactivamente los beneficios de las empresas, donde las más afectadas serán las pequeñas, éstas se volverán menos competitivas, perdiendo mercado y trasladando, consecuentemente, una parte de su demanda a las grandes firmas. La otra parte de la demanda queda literalmente muerta, es decir, la gente y otras empresas (demanda) compran menos debido un aumento de los precios. Por ejemplo, una de las consecuencias de la funesta política inflacionista salarial puede llevar a cerrar la clásica ferretería para transmitir parte de su demanda al gran almacén. Si este proceso hubiese sido libre y natural no habría habido ningún problema (en estos momentos la explicación de la causa no importa, sino el efecto) porque habría venido de la libre elección del consumidor y el empresario podría haber encontrado otra oportunidad en otro negocio, pero al ser impuesta, significa que ese pequeño comerciante ya no podrá montar otro pequeño comercio porque tendrá que pagar igualmente el salario mínimo a sus nuevos trabajadores. Por lo tanto, la única solución que tiene es pasar a ser un desempleado más o un nuevo asalariado frustrado gracias a la “justa ley social”.

Aquí podemos volver al punto primero; y es que quedar desempleado en un mercado saturado (en parte gracias al salario mínimo) dificulta la recolocación en el mercado de trabajo. No ocurre lo mismo en una economía totalmente libre donde la rotación es alta, fluida y sana. Esto me recuerda una entrevista que concedió Henry Hazlitt a un periodista. Él decía, más o menos: “cuando era un muchacho y empecé a trabajar no duraba más de tres días en una empresa, pero en aquel entonces —primer cuarto del siglo XX— no había problemas con el trabajo. Cuando me despedían sólo tenía que comprar el periódico y esa misma tarde ya tenía trabajo en otro sitio, al menos durante tres días más”. De esta forma Hazlitt llegó a convertirse en un renombrado y prolífico periodista y en un auténtico campeón de la libertad en el campo filosófico y muy especialmente en el económico.

Quinto, el inevitable aumento de los precios nacionales convertirá los productos de las empresas extranjeras en más competitivos, y consecuentemente, aumentarán las importaciones y disminuirán las exportaciones. Este hecho aún castigará más a las empresas pequeñas, obligándolas a cerrar, o bien, a pasarse a la economía sumergida. Dicho de otra forma, el Estado con sus leyes crea competencia exterior a costa de la que podría haber generado el propio mercado nacional de forma libre.

El auténtico problema no es el salario mínimo sino toda la amalgama de leyes que intentan crear una justicia distributiva. Por razones de espacio no he explicado todos los efectos que puede causar el salario mínimo ni las leyes que el Estado vuelve a crear para solucionar el problema que él mismo ha creado. La consecuencia es un empeoramiento o degeneración de la situación. La libertad no sólo es un imperativo ético, metafísico o difuso, sino que la negación de ésta también afecta de forma nefasta en temas tan prácticos como puede ser la economía.

 image011

 

 

 

 

 

 

 

 

Al reducir coactivamente los beneficios de las empresas, donde las más afectadas serán las pequeñas, éstas se volverán menos competitivas, perdiendo mercado y trasladando, consecuentemente, una parte de su demanda a las grandes firmas.

 Jorge Valín es economista español, seguidor de la Escuela Austriaca y del Anarcocapitalismo. Es articulista y autor de un manual sobre la teoría Elliot además de ser colaborador habitual del Instituto Juan de Mariana, del Instituto de Libre Empresa y de las Fundaciones Atlas y Friedrich Naumann.

El contenido de Industria&Negocios no necesariamente representa la opinión de Cámara de Industria de Guatemala; cada artículo es responsabilidad de sus autores.

Cámara de Industria de Guatemala
Ruta 6, 9-21 Zona 4, Nivel 12
PBX: (502) 2380-9000
Correo electrónico: [email protected]

facebook linkedin