Discurso – “Urge que todas las fuerzas vivas de Guatemala se pongan a dialogar y no más a contender y lanzar invectivas de todo tipo”

“Urge que todas las fuerzas vivas de Guatemala se pongan a dialogar y no más a contender y lanzar invectivas de todo tipo”

 

En ocasión de la Fiesta del Papa 2017, el pasado 14 de marzo, el Nuncio Apostólico de la Santa Sede ante Guatemala, Monseñor Nicolas Henry Marie Denis Thevenin, recibió a diversas autoridades religiosas, civiles, militares y de diversas representaciones diplomáticas. En su saludo a los presentes pronunció un discurso que por su relevancia transcribimos enseguida.

 

Hoy celebramos el 4 aniversario de la elección del Papa Francisco a la Catedral de San Pedro. Cabe destacar su insistencia permanente en la aplicación radical de las exigencias del Evangelio, de la atención a los más abandonados, a los más pobres, a los más excluidos y su denuncia de las estructuras de pecado que provocan más exclusión y miseria, su búsqueda de la paz como condición del respeto de la persona humana.

 

Hace 100 años el mundo estaba en medio de la Primera Guerra Mundial y, a la época, muy escasas fueron las voces lúcidas que la denunciaron. Una de estas voces era la del Papa Benedicto XV, que llamó entonces a los beligerantes a cesar las hostilidades y a empezar un diálogo de paz, para acabar con lo que denunció el 1 de agosto de 1917, como “inútil matanza”.

 

El único otro Jefe de Estado que trató, sin éxito, poner fin a la guerra y llegar a un acuerdo general para el mayor bien de todos era el Emperador Carlos de Austria, que la Iglesia Católica honra con el título de Beato. Hoy siguen muchos conflictos y matanzas en todo el mundo.

 

Gracias a Dios, hace unos meses pudimos celebrar los 20 años del fin del conflicto armado en Guatemala, pero queda siempre mucho para construir la paz. Porque, como lo recordaba el Papa Francisco en su discurso de inicio del año al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, la paz sigue siendo para muchas personas una “simple ilusión lejana… Con frecuencia, continuaba el Papa, nos sentimos abrumados por las imágenes de muerte, por el dolor de los inocentes que imploran ayuda y consuelo, por el luto del que llora un ser querido a causa del odio y de la violencia – y hoy recordamos la terrible tragedia de la semana pasada en el Hogar de San José Pinula -, por el drama de los refugiados que escapan de la guerra o de los emigrantes que perecen trágicamente”.

 

La tragedia de la semana pasada es un indicador no sólo de muchas debilidades en el Estado, sino también en la sociedad. No existe un sistema único, ideal y absoluto para conseguir la paz y para lograr el desarrollo integral de las personas en la búsqueda del bien común. Lo que sí existe de modo absoluto, es la necesidad de tener principios morales básicos, sin olvidar que sin ellos la reconstrucción de la sociedad, afectada por la violencia en sus varias formas, la emigración, la corrupción generalizada, el deterioro de los servicios básicos de salud y de educación, no puede realizarse.

 

No basta contar con la buena voluntad real de muchos, y tampoco contar con buenas leyes y buenos reglamentos, sino que también es imprescindible tener unos principios y valores humanos de base para poder formar y dar ejemplo a las nuevas generaciones, porque esos valores y principios llevan a trabajar a todos en conjunto y no en oposición y desconfianza, con tal de lograr el bien común.

 

En orden a la realización del bien común, el principio de solidaridad tiene que conjugarse con el principio de subsidiaridad y, sin querer interferir en los procesos actuales, me permito pensar en la posibilidad de devolver a las instancias departamentales y municipales las prerrogativas que les permitan una atención más personalizada e inmediata, de las necesidades de todos, además de un control más atento de los gastos que realizan.

 

Cada vez vemos más actitudes irresponsables que quieren transformar nuestro hermoso país en un lugar de protestas permanentes, y no en un lugar de propuestas que se puedan discutir. No es con crítica persistente, los ataques personales y las amenazas de denuncia por hechos reales o inexistentes, como podremos avanzar en el desarrollo que tanto anhelamos para Guatemala. Es preocupante ver cómo en Guatemala y también en otras partes del mundo, cuando se discrepa o no se comparte una propuesta, inmediatamente se lanzan invectivas y amenazas de todo tipo, para limitar la libertad de expresión y obligar a actuar de un determinado modo.

 

Reitero la absoluta necesidad de luchar contra la corrupción y contra la manipulación en todos sus niveles. También puedo añadir que hay una forma de corrupción gravísima que calificaría de “corrupción moral” y que consiste en dejar de actuar según la propia conciencia, sino únicamente movido por el miedo, por las amenazas, por el deseo de quedar en paz, por el intento de no tener problemas y de dar la apariencia de pertenecer a una corriente u otra. Eso no es ético ni justo, es una traición a la misión de promover el bien común y de defender la verdad. Hay que romper la cadena del miedo a la coacción moral o física. Cada uno, en el lugar que ocupa en la sociedad y según sus propias responsabilidades, tiene que hacer un examen de conciencia profundo y verificar si en todo actúa según la ética. Y en cuanto a los que se consideran creyentes y que son la enorme mayoría de los guatemaltecos, este examen de conciencia debe además considerar las exigencias de su propia fe.

 

Urge que todas las fuerzas vivas de Guatemala se pongan a dialogar y no más a contender y lanzar invectivas de todo tipo. Urge salir del inmovilismo y del miedo paralizante que hace que muchos no se atrevan a tomar decisiones, escondiéndose detrás de procesos burocráticos siempre más complicados e ineficientes. Guatemala corre el riesgo de paralizarse porque unos pocos no deciden y otros bloquean o amenazan. Cada uno de los actores de la vida política, social y económica de Guatemala tienen que considerar a conciencia si su modo de pensar, de concebir las cosas y de actuar, contribuye al desarrollo armónico y constructivo del país; hay que considerar si de verdad se está buscando la cooperación de todos para realizar el objetivo común de mejorar y elevar la condición del guatemalteco de a pie.

 

La conflictividad que reina en el país es un detonante social que nos invita a dialogar y a buscar las causas, pero también a exhibir las ideologías que la atizan. La solución a los enormes retos de la corrupción, del engaño, de la violencia endémica en las familias y la sociedad, no consiste únicamente en erogar más y más leyes y reglamentos, o en cambiar a tal o cual persona por motivos que, en realidad, son de orden político, sino en asumir una actitud de fondo y un comportamiento que se inspira en una ética de base, sin la cual todo esfuerzo será en vano. Para que la sociedad pueda funcionar, necesitamos ante todo ciudadanos, empresarios, sindicalistas, periodistas, asociaciones varias, funcionarios, políticos, gobernantes que tengan un profundo sentido ético. ¡No más denuncias cruzadas, no más acusaciones sin pruebas, no más búsquedas infundadas de culpables a quienes responsabilizar por cualquier cosa que sucede! A veces se tiene la impresión que se exalta únicamente lo que no funciona, perdiendo tiempo en denuncias y acusaciones, sin nunca ser capaces de reconocer lo que mejorar y sobretodo, todo el bien que se hace en Guatemala.

 

El deterioro de las instituciones tanto públicas como privadas no es tanto el resultado de que las leyes y reglamentos que las rigen estén mal, aunque siempre se pueden simplificar y hacer más eficaces, sino que las personas que la constituyen han perdido el rumbo moral. Existe a veces un abismo entre lo que se profesa y lo que se hace.

 

Esta dicotomía en cada persona es el origen de los defectos y disfunción de nuestra y de muchas sociedades en el mundo. Los guatemaltecos constituyen en su enorme mayoría un pueblo con una fe muy enraizada. Por eso hoy más que nunca es necesario que cada uno, donde se encuentra, contribuya a hacer de esa fe una vida y un modo de comportarse más coherente.

 

Uno de los temas que más toca a todas nuestras familias es el fenómeno de la emigración. Si bien emigrar puede constituir una elección libre, es también importante no ser ilusos ni empezar a acusar. ¿Por qué se emigra? ¿Por qué se vuelve en muchos hogares una necesidad? ¿Por qué no hay trabajo? o ¿Por qué el trabajo no alcanza para las necesidades básicas? ¿Qué es lo que de verdad importa hacer?

 

Es importante promover los proyectos de todo tipo que quieran llegar al país, siempre y cuando se respeten la naturaleza y sobre todo a las personas. Es apremiante la creación de nuevas actividades económicas que permitan crear nuevos empleos. Es necesario promover las inversiones, y eso lo digo no tanto desde el punto de vista de la economía, sino desde el punto de vista humanitario. Pero, y vuelvo a esto: la inversión, así como su acogida, tiene que ser respetuosa del bien común, de la naturaleza, de la moral que pone en el centro a las personas, y no los intereses personales o de grupos. El drama de la emigración afecta a nuestros hogares, a nuestras familias, a nuestras comunidades. Para pensar y empezar a actuar, no tenemos que esperar el posible riesgo de un retorno masivo de emigrantes, o de la disminución eventual de remesas. Ahora es cuando hacen falta nuevas actividades económicas que pongan en el centro el bien y la dignidad de las personas.

 

En tal sentido, es necesario que las organizaciones ciudadanas, populares y sociales estén atentas para proponer soluciones y no sólo protestas. Hay que buscar cómo crear empleos dignos que permitan sostener a todas las familias y puedan quedarse en Guatemala. Frente al reto del probable retorno de emigrados que no supimos o no pudimos retener por falta de oportunidades, es esencial no sólo poder ofrecer más empleos sino también más oportunidades de educación. El guatemalteco es ingenioso, es trabajador, tiene una cultura múltiple e histórica y hay que buscar nuevas fuentes de desarrollo que permitan al país seguir adelante.

 

Quisiera hoy agradecer a todos mis amigos guatemaltecos, a todas las personas que he podido encontrar durante el año pasado y que me han ayudado a comprender mejor, a ver mejor cuáles son las necesidades y los retos de Guatemala, pero, a la vez, que me han permitido descubrir siempre más numerosas obras de bien, de caridad, de promoción humana, a descubrir la labor eficiente de muchos para promover el desarrollo y enfrentar los retos más urgentes.
Quiero manifestar reiteradamente mi profunda admiración por todo lo que se hace con abnegación y compromiso, con discreción y sin tanta publicidad, para el bien y el desarrollo de Guatemala. El Señor lo dice, cuando haces caridad, que nadie lo sepa, solo tu Padre que está en el Cielo, y Él que ve, te recompensará. Quiero rendir un homenaje especial a todas las instituciones de enseñanza, colegios, escuelas, a los responsables y miembros de dispensarios, hospitales, centros de salud, que contribuyen en modo primordial al desarrollo, a la educación y a mejorar las condiciones de los más abandonados y vulnerables.

 

“Guatemala corre el riesgo de paralizarse porque unos pocos no deciden y otros bloquean o amenazan”.

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