La corrupción disminuye el ritmo de crecimiento económico, afecta la distribución de bienes y servicios, desconoce los derechos de otros y, peor aún, lesiona la confianza ciudadana y la credibilidad en la democracia.
FRANCISCO QUEZADA / CIEN
Desde una perspectiva genérica, corrupción significa la descomposición de la naturaleza original. Esta descomposición, lamentablemente, ha alcanzado la moral de nuestra sociedad y, por su frecuencia, amenaza con generalizarse. Tan solo véase cómo la actividad social, día a día, se afana más por conseguir ventajas económicas, ventajas sociales y poder, sin importar su legitimidad, sentido o mérito. Y todo ello a pesar de que el umbral de sensibilidad ciudadana frente a la corrupción, supuestamente la condena, pero poco o nada se hace por combatirla.
La corrupción puede darse tanto en la esfera pública como privada, y no debe considerarse una conducta desviada, sino un comportamiento económico calculado dentro de un sistema corrupto. Por lo que en lugar de considerarse reformas legales como respuesta preferente, se debe pensar, primero, en reformar los sistemas o, algo mejor aún, un cambio de actitud. Veamos sólo algunos ámbitos donde se presenta este fenómeno:
a. En la administración público estatal, que es donde más percepción de corrupción se evidencia; sector donde se traiciona el sentido y legitimidad del servicio público para favorecer intereses particulares a cambio de una recompensa. Es la apropiación indebida del patrimonio colectivo o público, que significa una pérdida de oportunidades u opciones de desarrollo humano para todos los miembros de la comunidad. En consecuencia, implica un delito que requiere de la intervención activa de un funcionario público que abusa de su cargo.
b. En la política: Donde los códigos normativos tienden a la búsqueda de fondos para los políticos. Donde los políticos –clientelismo– se aprovechan de su influencia y recursos para hacer favores a otros individuos a cambio de asistencia, servicios personales, prestigio social o apoyo político electoral.
c. En el ámbito civil: Cuando no hay interés por construir acuerdos para convivir y hay una carencia de sentimiento de pertenencia, dando lugar a la intolerancia, impunidad, cartas bajo la manga, dobles agendas y ausencia de transparencia.
d. En el ámbito empresarial, cuando renuncian a la generación de riqueza en un sentido amplio, para entregarse exclusivamente a la generación de riqueza monetaria.e. En el ámbito profesional: Cuando se deja el sentido de una comunidad que busca generar redes sociales para potenciar la excelencia, buscar fines, metas y bienes, por ejercer la profesión sólo en función del dinero, el prestigio y el poder, haciendo de los colegios profesionales unos verdaderos “cárteles”.
La corrupción disminuye el ritmo de crecimiento económico, afecta la distribución de bienes y servicios, desconoce los derechos de otros y, peor aún, lesiona la confianza ciudadana y la credibilidad en la democracia. Por tratarse de un delito “racional”, las personas tienen incentivos para incurrir en actos corruptos cuando los riesgos son bajos, las sanciones son leves y los beneficios son grandes.
Una motivación genuina de servicio es lo único realmente eficaz contra la corrupción. El sentido del deber y del honor –no del miedo a la cárcel–; hay que volver a descubrir el sentido y el orgullo. A falta del civismo y su sentido del deber y del honor, los demás incentivos, controles y castigos, son sustitutos imperfectos.