No es un tema de cambiar el Gobierno, modificar la Constitución ni reformar tal o cual ley. Realmente es un problema puramente ético que no tiene más solución que el cambio individual. Roban los que quieren robar y el sistema se presta.
Los presupuestos del Estado se han convertido en un botín para una enorme cantidad de depredadores y zopilotillos insertos en la política, y fuera de ella. El dinero –dicen que, escaso e insuficiente– se agrupa en paquetes que son asaltados al mejor estilo corsario. Está el botín de Salud, el de Educación, el de los buses, el de las ONG’s y así un largo etcétera que promueve la creatividad y la picaresca de los piratas. Los contratos, cuando son públicos y “fiscalizables”, tienen cláusulas que benefician a tal o cual empresa o grupo financiero de políticos. Los sindicatos, no ajenos a este espolio, se suben al tren de las ventajas y pactan con ministros, viceministros, directores, diputados y otra suerte de ladrones de guante blanco. Luego pasa que casi nadie obtiene el finiquito porque todo el mundo está lleno de barro hasta el cuello.
No es un tema de cambiar el Gobierno, modificar la Constitución ni reformar tal o cual ley. Realmente es un problema puramente ético que no tiene más solución que el cambio individual. Roban los que quieren robar y el sistema se presta. No hay una intención mayoritaria de cortar los privilegios, más bien de extenderlo y que todos, en algún momento de la vida –o en muchos si es posible– accedan al reparto del botín que representa llegar al poder y disponer de dinero público.
Nadie obliga a otro a corromperse, robar, engañar o aprovechar el cargo. Se llevan hasta las “aspirinas” me decía alguien de Salud, sin reparar que se llevan, realmente, hasta las tapaderas de las bocas de riego porque son de cobre. Todo es sujeto de ser robado, pactado, negociado o transado. La vida, los bienes, la propiedad, el metálico y los planes políticos. Se espera –inútilmente– la venida de un salvador sin darnos cuenta que el salvador fue criado en la misma jaula que los salvados y que únicamente espera la oportunidad de oro para hacerse con todo aquello a lo que no tuvo acceso por años.
El respeto a los demás hace tiempo que lo matamos y de ahí todos los abusos que diariamente se sufren en filas de carros, en cruces de calles o en cualquier lugar donde dos o más coinciden. El chispudo, al fin de cuentas un incumplidor, vivo y perspicaz, es el prototipo de personaje que acuerpamos, como el pícaro en las novelas del siglo de Oro español, sin darnos cuenta que promovemos, azuzamos y deseamos ser “vivillos”, colarnos aquí o allá o romper las reglas para conseguir un segundo o un milímetro de ventaja al contrario, en lugar de promover el respeto, la educación, la paciencia y otras virtudes que nos harían una sociedad diferente. La guinda al pastel de esta estupidez en el comportamiento es que no somos bobos y lo entendemos perfectamente, razón por la que no cometemos esos atropellos al salir del país. Fuera, no se roba, nos detenemos en los pasos de peatones, no hacemos doble fila y sonreímos al otro, porque de lo contrario, pagamos caro nuestro abuso.
Aquí, para mientras ponemos la atención en ver como dilapidar los millones del Gobierno, desde dentro o desde afuera ¡qué más da!; hablamos mucho y hacemos poco o nada.
Por tanto, no hace falta que cambiemos al Gobierno, nombremos buenos muchachos de ministros ni elijamos diputados nuevos, nada de eso será la solución ¿Acaso hemos pensado en cambiar cada uno de nosotros? Seguramente no, así que seguiremos queriendo ser chispudos, hábiles en el engaño, pasando la cola por el tercer o cuarto inexistente carril. Cada vez más nos hundimos en la pobreza y en el desgobierno y nos preguntamos ¿cómo podemos arreglar todo esto? Sencillo: Hay que ser ético y fulminar con la ley a quien no lo es. El resto, paja, una palabra también local que lo define perfectamente.