No sólo de política fiscal vive el hombre, ni sólo de política monetaria.
Para impulsar el desarrollo económico social de manera integral y sostenible en el largo plazo, otras políticas públicas son tanto más importantes que la fiscal y la monetaria. Resulta positivo que el Gobierno, a tres meses de haber tomado posesión, haya anunciado el lanzamiento de una Política Integrada de Comercio Exterior, Competitividad e Inversiones.
En su más reciente reunión, el Consejo Nacional de Promoción de Exportaciones (Conapex) presentó al Presidente Pérez Molina una puesta al día de la referida política, que busca el aumento y la diversificación de las exportaciones, así como la atracción de inversiones productivas y el fomento de las pequeñas y medianas empresas.
La importancia de una política comercial radica en que la inserción de cualquier país en los mercados internacionales es una pieza crucial para coadyuvar al desarrollo económico; la expansión del comercio contribuye a mejorar la productividad a través de mayores economías de escala en el sector de exportaciones que, en el largo plazo, puede generar una ventaja comparativa dinámica, mediante la reducción de los costos. Otra de las ventajas del impulso al comercio exterior es que éste propicia una interacción con los mercados internacionales, que favorece la adquisición de nuevas tecnologías y conocimiento, a través del intercambio de bienes, servicios y capitales con el resto del mundo.
Esto es relevante para Guatemala, donde el comercio exterior representa más del 60% del Producto Interno Bruto (PIB), lo que implica que nuestra economía es relativamente abierta, no tanto como Chile o Costa Rica (con un nivel de apertura del 100% del PIB), pero bastante más que Brasil (25%) o Colombia (38%). Existe, pues, un buen margen para continuar aumentando nuestras exportaciones y, especialmente, para seguir diversificándolas. Si bien el mercado de los Estados Unidos es ahora menos importante (hacia allá se destina el 42% de nuestras exportaciones) que hace una década (cuando representaba el 55%), aún somos muy dependientes de los vaivenes de esa economía.
En tal sentido, es importante que la nueva política de comercio exterior, competitividad e inversiones, apueste por mejorar la productividad, diversificar la oferta exportable, propiciar el acceso a nuevos mercados y promover la inversión extranjera directa, sin recurrir a expedientes históricamente superados, como propugnar por una devaluación de la moneda, que es una manera insostenible de abaratar las exportaciones. Aunque, en términos generales, la política propuesta es integral y coherente, quizá será necesario hacerle algunos afinamientos.
Por un lado, convendría que en el área de atracción de inversiones, las medidas se enfocaran menos en escoger “sectores prioritarios” a ser incentivados, y más en crear condiciones generales favorables a la inversión. Por el otro, sería bueno que, en el afán por fomentar las exportaciones, no se perdiera de vista que dicho fomento no debe ser el objetivo final. Como país nos conviene exportar más, no como un fin en sí mismo sino como un medio para obtener recursos que sirvan para pagar lo que nos viene del exterior en forma de bienes, servicios o capitales necesarios para aumentar nuestro consumo y, por ende, nuestro bienestar.
En otras palabras, las medidas que se tomen para facilitar el comercio –no sólo para las exportaciones sino también para las importaciones- deben ocupar un lugar preponderante en la anunciada política de comercio exterior. Es bueno aumentar la eficiencia para exportar, pero (contrario a lo que muchos piensan) también es bueno mejorar la eficiencia para importar; un mejor acceso a bienes importados no sólo permite a los consumidores satisfacer mejor sus demandas, sino que también –y más importante- les permitirá a los productores acceder a insumos y bienes de capital en mejores condiciones para producir a costos menores, aumentando así su productividad. Vale la pena recordar que los grandes países exportadores (como China) son, necesariamente, grandes importadores.