La lección sigue clara, no importa si son países pequeños o grandes, sólo la disciplina fiscal garantiza el desarrollo económico sostenible a largo plazo. Todo lo demás son quimeras por las que, eventualmente, hay que pagar la factura.
Por Sigfrido Lee
Después de la debacle económica-financiera que sufrió la economía global durante 2009, se esperaba un año 2010, tal vez no de abundancia, pero al menos de recuperación. Sin embargo, las amenazas de una recaída en Estados Unidos y Europa no terminan de desaparecer. Cuando creemos que ya superamos el último obstáculo, aparece otro. Hoy en día, varios países europeos e incluso Estados Unidos, hablan de la necesidad común de reajustar sus presupuestos fiscales. Los más sonados son los “P.I.I.G.S.” europeos (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España, por sus siglas en inglés). Pero, hasta Inglaterra y Alemania, que no estaban tan mal, hablan de “ajustarse el cinturón”.
Por otro lado, se habla de países latinoamericanos como Perú, Colombia, Chile y Brasil, entre otros, como lunares de desarrollo y crecimiento económico en medio de la vorágine internacional. Mientras que los países europeos siguieron la receta keynesiana -expandir el gasto público- en tiempos de crisis; ahora están bajo la amenaza del estancamiento económico que podría durar hasta una década, sumergidos en una crisis de deuda y con niveles de desempleo insoportables. ¿Cuál fue la diferencia?
No es que Latinoamérica no sepa de crisis económicas. Durante los años 70 y 80 todos vimos nuestra década pérdida. Pero aprendimos la lección: el principio de todos los males está en la imprudencia fiscal. Es cierto que en el último año nuestro continente también tuvo su poco de keynesianismo pero lo que no dijeron es que, cuando los tiempos fueron buenos, hubo disciplina y, cuando la cosa no estuvo tan buena, nos pudimos dar el lujo de un poco de soltura. Lo malo de Europa y Estados Unidos es que ya llevan varios años, en épocas buenas y malas, de indisciplina fiscal. Cuando vino la crisis fueron todavía más indisciplinados y, ahora, llegó el momento de pagar.
El problema es que pagar la cuenta no es tan fácil como sacar la chequera y ya todo se resolvió. Un buen gobierno, en el mejor de los casos, facilita y promueve la creación de riqueza pero, por sí mismo, no la crea. Tiene que sacar el dinero de algún lugar: impuestos. Cuando se endeuda, para aumentar su gasto en un momento dado, eventualmente tendrá que generar ingresos adicionales para pagarlos. Por otro lado, si ya no puede sacarles más dinero a sus ciudadanos, tendrá que ajustar el gasto público. Exactamente lo que está sucediendo en Europa.
Aquí surge el conflicto de quién paga la cuenta: los burócratas que hay que despedir; los trabajadores que tienen que esperar más años para jubilarse; los jubilados que tienen que salir del retiro para lograr un ingreso decente o, incluso, los empresarios que tienen que pagar más impuestos. Estos ajustes también implican depreciación del tipo de cambio, más inflación, tasas de interés más altas, menos inversión y más desempleo. Como sea, hay que sacarle más a la economía de lo que realmente tiene.
La lección sigue clara, no importa si son países pequeños o grandes, sólo la disciplina fiscal garantiza el desarrollo económico sostenible a largo plazo. Todo lo demás son quimeras por las que, eventualmente, hay que pagar la factura.
Hasta Inglaterra y Alemania, que no estaban tan mal, hablan de “ajustarse el cinturón”.