La seguridad y la justicia es lo primero. Un país que cuenta con ese alto grado de violencia no puede generar desarrollo por innumerables razones.
POR PEDRO TRUJILLO
Nos acercamos al mes donde se comenzará a discutir el próximo presupuesto. Todos los años ocurre lo mismo y pareciera que la atención se disipa o se centra en aspectos distractores que no terminan por abordar el problema.
Diversos indicadores e instituciones nos sitúan como un país con altísimos índices de pobreza, de falta de desarrollo, de consolidación de libertades y, sobre todo, con ausencia de seguridad y justicia. Por tanto, pareciera lógico que el presupuesto del Estado estuviese dirigido a solventar precisamente esos problemas suficientemente detectados que nos ubican en la cola de los países que aspiran a un desarrollo. Sin embargo, las discusiones terminan perdiéndose en ver cuánto o cómo se modifica tal rubro que casi nunca tiene que ver con las carencias indicadas. Hemos visto cómo se han aprobado préstamos millonarios pero la seguridad, primera de las deficiencias nacionales, no figura como apartado al que se le asigna siquiera una mínima cantidad. Por el contrario, la disputa se centró en ver qué cantidad se terminaba asignando a partidos políticos o diputados para que pudiesen “proveer de obras” a sus respectivos votantes o en sus lugares de procedencia.
De la misma forma asistimos a la exoneración de impuestos a algunos magnates de medios de comunicación que terminan prestando “servicios especiales” a los gobiernos de turno o al colectivo de transportistas capitalinos para que, con dinero de todos, se subvencione el transporte público en la capital.
El país está mal, especialmente mal, después del paso de la tormenta Ágatha y de la erupción del Volcán de Pacaya. La infraestructura está muy dañada, en parte porque eran construcciones antiguas y también porque estaban mal diseñadas, producto de cohíbas en el proceso de asignación y construcción, que generan esos magros resultados. La veintena de muertos es una realidad nacional que no puede disminuirse y la pobreza llama a la puerta de muchos hogares.
Hay que priorizar. No se puede pretender atender todo y mucho menos prometer que así se hará. Hay que ser realistas, serios, y contar con un plan de mediano plazo que aborde secuencialmente los temas de interés nacional y no de conveniencia apolítica o partidaria.
La seguridad y la justicia es lo primero. Un país que cuenta con ese alto grado de violencia no puede generar desarrollo por innumerables razones.
Una, porque se crea un clima interno donde la ciudadanía tiene miedo, no circula libremente, dedica parte de su tiempo y energía a la protección y, finalmente, el espíritu emprendedor termina opacado. Otro, porque los elevados costos de la inseguridad no hacen rentable la apertura de muchos negocios y, un tercero, por lo poco atractivo para las inversiones que resulta este panorama, especialmente para los capitales extranjeros. Si a eso se le une el 98 por ciento de impunidad, el macabro cóctel está más que elaborado.
Por ello, sin solucionar ese aspecto cualquier otra inversión sea en salud, educación o en medio ambiente, no tiene ningún sentido.
Simultáneamente con lo anterior, la infraestructura es fundamental para el país. Es preciso, en esta área, promover las alianzas público-privadas y activar la misma en orden a construir carreteras, puertos o aeropuertos en aquellos lugares que se detecten como polos de desarrollo. Hay que dejar a la iniciativa privada que promueva aquellos y alentar las alianzas necesarias para que así ocurra.
No podemos contar con un déficit eléctrico porque las empresas están inexorablemente amarradas a ese factor. La promoción de fuentes alternativas de energía, de centrales eléctricas y la reducción de los precios por medio de la competencia, debe ser un cambio de matriz necesaria si se quiere promover el desarrollo. De lo contrario, aunque se solucionen otros problemas, no se podrá hacer.
Esas, no otras, son las prioridades presupuestarias en primera instancia. No deben tener cabida reflexiones de otro tipo porque serían inversiones frustradas, tal cual las que llevamos realizadas por años.
Cohesión Social es el mejor ejemplo. Una grosera cantidad de dinero que se ha repartido sin criterios ni fiscalización y que no ha servido absolutamente para nada, no ha cambiado el panorama de pobreza y subdesarrollo, únicamente ha generado dependencia. Estamos a tiempo todavía de aprovechar el 2011. Veremos qué terminan haciendo.