Mantener un inútil Congreso Falta que un diputado

Comunicación CIGseptiembre 2013

Pagamos, como ciudadanos,un precio demasiado caro por mantener una inoperante“institución” como es el Congreso de la República.No porque no sea necesaria,sino más bien porque han hecho del mismo un lugar donde todo tiene cabida y el mercantilismo,la prostitución mental y la falta de valores, entre otras cosas, se evidencian a diario.Si hay una institución que ha perdido el poco prestigio del que gozaba ha sido precisamente ese organismo.

Diputados que llegan a ocupar su curul y sin terminar de sentarse ya han cambiado de grupo; insultos y descalificaciones–cuando no agresiones– algunas con sexismo de por medio; denuncias de cobros de comisiones por votar en un determinado sentido;intentos de soborno a periodistas;abuso en el gasto de los fondos rotativos que terminan pagando lujos privativos; inútiles viajes que sufraga el ciudadano, a precio de oro para que los “honorables” visiten países y rindan informes; dinero público que se “ahorra” para luego invertirlo como ellos desea no perderse en bancos o financieras del sistema sin que la condena del malversador sea siquiera ejemplar;paralización de la discusión política en beneficio de la extorsión partidista; aprobación de bonos y deuda para dejar al país peor delo que encontraron y, sobre todo,cobro de comisiones.No puede haber más podredumbre en un organismo cuyo sin integrantes en campaña política –y fuera de ella– se llenan la boca de cómo van a ayudar a los pobres,reducir la desnutrición o evitar las muertes por homicidios o hambre.Un contrasentido que sin escrúpulos practican a diario y hasta perfeccionan.El Congreso, lejos de supervisar o fiscalizar, se dedica, más bien, a negociar, algo que no figura en sus misiones constitucionales pero que la práctica ha hecho realidad.

El diputado “invierte”una significativa cantidad de dinero para ocupar su escaño y esa forma de hacerlo termina por“convencerlo” de que es preciso rentabilizar aquella inversión y,consecuentemente, cobrar por votar, aprobar, apoyar o, sencillamente,construir obra pública.Suerte de negocio público-privado que empobrece y, sobre todo,envilece al país.Lo peor, a pesar de lo mal o que pudiera parecer todo lo anterior–y lo que no se ha dicho– no es la situación deplorable en la que estamos. Más bien, la actitud pasiva, permisiva y condescendiente de los ciudadanos que ven como les roban millones diariamente y complacidos o conformistas,nos importa un bledo. Ejemplos de cuanto se expone lo son muchos de los países europeos,en los que el gasto desmedido de políticos inescrupulosos y el manejo particularmente inmoral de las finanzas públicas, ha dejado en la estacada a dos generaciones que aún se preguntan qué es lo que pasó y cuándo se va a arreglar esa situación de desesperanza.Tal y como advirtiera el filósofo español Fernando Savater, en una de sus exposiciones, la honestidad comienza por uno mismo. Es por ello que falta un diputado (o mejor varios) de esos que están en el grupo de los rescatables, que levante la voz y denuncie a sus propios compañeros. Sin embargo,se nota la falta de voluntad de poner en evidencia a quienes ellos mismos saben que corrompen,transan, roban y generan podredumbre, convirtiéndose con su silencio en cómplices de todo cuando hacen los demás y del costos que tiene. Tampoco hace falta más dinero para el fisco, sino que el que hay se deje de utilizar en el pago de caprichos, comisiones,inútiles viajes u opíparas comidas y se dedique realmente al fin último de promover el desarrollo.Esta es la realidad que vive el país y, particularmente, el Congreso.

La conclusión –lamentable si se desea– es que somos una sociedad desmedidamente y engaños amente optimista, altamente corrupta y falta mente permisiva y de eso muy pocos se escapan,aunque no nos guste oírlo ni mucho menos aceptarlo.

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