Por Pamela Cox
Vicepresidenta del Banco Mundial para América Latina y el Caribe
Pese a los avances registrados en la década pasada y a la ejemplar modalidad de cómo la región va emergiendo de la crisis global, es buen momento para pensar cómo aprovechar la coyuntura para generar un crecimiento económico sostenido en esta década, basado en un incremento de la productividad.
En los años 60, el promedio del ingreso per cápita en América Latina y el Caribe era cerca de un cuarto del de los Estados Unidos y, en el 2009, se redujo a un sexto. En cambio, en el mismo periodo, varios países de Asia Oriental que en aquel lapso registraron ingresos per cápita inferiores a los de América Latina, hoy están ya muy cerca del ingreso per cápita de los países desarrollados.
Tras las cifras se esconde una causa que pocos cuestionan: la baja productividad de sus economías vinculada a la baja eficiencia en el uso de los recursos. Más de la mitad de las diferencias observadas en el crecimiento económico entre países se explican en virtud de la disímil eficiencia en el uso de los factores de producción (trabajo y capital).
La productividad, en gran parte, está asociada al clima de inversión, al conocimiento, al desarrollo tecnológico e innovación. Desafortunadamente, la productividad en la región sigue siendo baja. El ritmo de crecimiento de la productividad en México en materia de capital y trabajo ha sido lento y ello explica en parte el desempeño de la economía de ese país, en comparación con otros de economías emergentes.
También, usando la métrica de la productividad laboral, América Latina creció en 0.30 por ciento anual de 1975 a 1990 y 1.50 por ciento de 1990 al 2005. En los mismos períodos la productividad laboral en Asia Oriental creció 4.60 y 3.90 por ciento. Según el economista Paul Krugman “la productividad no es todo, pero en el largo plazo es casi todo”.
¿Cómo aprovechar las actuales circunstancias para dar un salto hacia adelante? Primero, es posible consensuar una política de Estado, con todas las fuerzas vivas del país y a todos los niveles de Gobierno, teniendo como objetivo mejorar la competitividad / productividad. Segundo, como parte de este esfuerzo, es importante mejorar el entorno de negocios. Colombia y Chile son los más avanzados ubicándose en los rankings, 37 y 49; y México, en el 51.
Tercero, América Latina podría crear y apoyar la transferencia de conocimiento, desarrollo tecnológico y claves para el aumento de productividad. Cuarto, existe la necesidad de desarrollar una competencia saludable en los mercados, esencial como incentivo al desarrollo tecnológico e innovación. Quinto, mejorar la infraestructura y logística. En este campo también los índices de costos logísticos (23 por ciento del valor del producto en la región versus nueve por ciento en los países de la OECD) y de los servicios de infraestructura no son favorables para la productividad / competitividad en América Latina.
Sexto, facilitar la integración de las pequeñas y medianas empresas en la cadena de valor y exportación, para lograr un crecimiento incluyente y reducir la pobreza.
Séptimo, se trata de profundizar el desarrollo y mejora del capital humano a través del incremento de la cobertura y calidad de la educación, tema crítico para acompañar el florecimiento de una economía basada en el conocimiento.
Para mirar hacia adelante con optimismo se trata de invertir ahora pero se requiere un liderazgo comprometido con una visión de largo plazo que supere la óptica estrecha de los ciclos políticos y pueda convertirse en una bandera nacional.
Armados con esta visión, los países de América Latina podrían doblar su PIB per cápita en menos de diez años; México podría proponerse la meta de superar los US$20 mil per cápita para el 2020. Hoy su PIB per cápita está sobre los US$9 mil. Mientras en la época pre-industrial se tardaba más de 100 años en duplicar ese indicador, hoy se puede hacerlo en una década. Varios países lo han logrado (Japón China, Tailandia, Botsuana, India, Irlanda, Chile, Panamá, República Dominicana, Eslovenia, etcétera). Esta década puede y debe convertirse en la década de la oportunidad para la región.